La Canciller Merkel |
16 Agosto 2011
Con posterioridad al final de la guerra, los políticos alemanes, empezando por los cristianodemócratas de Adenauer, como posteriormente los socialdemócratas de Willy Brand, hasta la época de Kohl, hicieron de la política de buena vecindad europea, y en especial con Francia la base de una política que sirviera para evitar nuevos conflictos. Esta política tuvo su correspondencia por parte de otros políticos europeos, en especial los franceses que desde De Gaulle a Miterrand, contribuyeron a disipar los recelos que durante muchos años habían existido entre las dos primeras potencias continentales de la Europa Occidental.
Sin duda esa fue la base de la creación del embrión de la Unión Europea que fue la CEE (Comunidad Económica Europea). En todo ese proceso Alemania se fue convirtiendo en una potencia industrial y económica, a la vez que desde el punto de vista político continuó durante mucho tiempo siendo un enano político. Alemania aceptó ser el motor económico europeo, y la alianza franco alemana la base de la política unitaria europea.
Sin embargo, a partir de la unificación alemana, y de la ampliación precipitada a los países del Este, objeto del interés primordial alemán, para conseguir expandir su “hinterland”, comienza el renacer de un nuevo nacionalismo y expansionismo económico alemán, que esta vez se efectúa a través de su potencial económico en lugar del potencial militar de otras épocas.
Con la llegada de la crisis económica y financiera por una parte y la Canciller Merkel por otra se inicia una etapa de repliegue del ideal sobre la idea europea y se priorizan sus propios intereses económicos, a corto plazo, por encima de los intereses del conjunto de la Unión.
La actuación durante toda la crisis de la deuda, comenzando por el caso griego, no deja de ser sintomático y hasta lo ha planteado públicamente alguien como George Soros que dice: “el origen de la crisis del euro está en la postura adoptada por la canciller alemana Angela Merkel, cuya vacilación intensificó la crisis griega y dió lugar al contagio que la convirtió en una crisis existencial para Europa”.
Las vacilaciones de Merkel de cara al rescate comportaron un mayor deterioro de la situación en Grecia. Y su falta de reacción ha comportado, en todo este período, la parálisis de la Unión Europea, por otra parte dirigida por un puñado de mediocres y pusilánimes dirigentes, dignos representantes de la mediocridad de dirigentes de los países de la Unión.
Porque en primer lugar debemos aclarar algunas cosas:
1.- Cuando se inició la crisis financiera internacional, la crisis de las hipotecas “sub-prime”, los bancos alemanes eran de los más afectados por ella, y Alemania tuvo que refinanciar a su banca comenzando por el Deustche Bank.
2.- La crisis de la deuda en muchos de los países periféricos, es una crisis más de sus bancos que de los propios países. Este es por ejemplo el caso de España. Es evidente que los banqueros, los especuladores, los reguladores y los responsables políticos son responsables en gran medida del endeudamiento bancario de esos países. Pero cabe decir que en la misma medida son responsables bancos como los alemanes, y sus políticos que no tuvieron reparos en prestar por encima de las posibilidades de los prestatarios, a la vista de los beneficios que se preveían.
3.- Tiene razón el Premio Nobel, Joseph Stiglitz, cuando señala que más que rescatar esos países lo que se hace es rescatar a los bancos alemanes, franceses o ingleses, básicamente.
4.- La hipocresía política y los intereses, principalmente de Alemania, por proteger los intereses de sus bancos, ha llevado a que la deuda privada de los bancos de los países periféricos, se convirtiera en deuda de los propios estados y de sus ciudadanos, como dice Stiglitz “ha provocado una caída general, de salarios, consumo, impuestos... que no ha hecho sino empeorar las cosas". En su opinión las secuencias de los rescates empeoran la situación: "Se traspasó la deuda del sector privado al Gobierno, que tiene que responder con un recorte que experimentan los ciudadanos”. Ante la crisis, Alemania y sus apéndices, imponen condiciones draconianas a las poblaciones de los países afectados para poder prestarles los fondos suficientes para devolver sus deudas, A LOS BANCOS ALEMANES, a costa de un recorte de las condiciones económicas y sociales que comportará que tarden décadas en recuperar sus niveles de vida y poniendo en cuestión el propio estado del bienestar. Como bien señala Stiglitz, esta política de La Unión “no sirve para la recuperación. Necesitamos pensar cómo hacer crecer la economía y simultáneamente, a medio y largo plazo, ir reduciendo el déficit. Y hay formas para hacerlo. La mayor parte del déficit se debe a un bajo crecimiento. Cuando se restablece, se solventa el problema, puesto que el déficit no es la causa del crecimiento bajo, sino al revés: el bajo crecimiento es la causa del déficit. Esa es la idea que la gente debe entender. Debemos pensar, pues, estrategias que promuevan el crecimiento con un impacto positivo sobre el déficit”.
La política alemana hasta la crisis, la política pro-europea, benefició en primer lugar a la propia Alemania, fue una inversión favorable, las mejoras de los países vecinos que se fueron incorporando a la Unión, la mejora de los niveles de vida de sus poblaciones, a quien más beneficiaron fue a la economía alemana que tuvo un mercado privilegiado.
La nueva política alemana es miope y cortoplacista, el deterioro de las condiciones económicas de las economías de esos países perjudicará de entrada y de forma especial a sus ciudadanos, pero a la larga afectará a la propia Alemania, ya que el nivel de consumo de reducirá dentro del mercado único en el que la economía alemana predomina.
Desde el inicio hubo quien propuso como base para afrontar los problemas de la deuda de los países atacados la emisión de “eurobonos”, es decir de deuda de la Unión. Lo propuso uno de los políticos más veteranos y serios, el presidente del Eurogrupo, el luxemburgués Junkers, pero se encontró con el fuerte rechazo alemán.
La actual política europea, dictada por Alemania, sólo nos llevará a una recesión prolongada, en los países más débiles, pero también al conjunto de la Unión. Es una política equivocada que hace pagar con recortes generalizados, a los ciudadanos de esos países, por las deudas de sus bancos y la negligencia de sus políticos. Pero a la vez conllevará una reducción general del consumo en el conjunto de la Unión y repercutirá también en la economía alemana que parece querer adoptar un aislacionismo suicida.
Joseph Stiglitz plantea de forma acertada que “La mejor solución sería la creación de un fondo solidario europeo, con el cual se ayudara a los países con problemas a que restauraran su crecimiento. Alemania podría seguir expandiéndose, los bancos europeos realizarían más inversiones en el país y se estimularía la economía. Eso permitiría, a su vez, restablecer el crecimiento, mejorar los ingresos públicos y reducir el déficit. Así que con estos compromisos, los intereses de la deuda de los países con dificultades bajarían y podrían cumplir con sus obligaciones”.
Deben efectuarse planteamientos cuyo principal objetivo sea combatir la crisis por delante del déficit. El déficit no generó la crisis, fue la desaparición de la demanda, influenciada también por la caída del crédito, la que provocó un peligroso cóctel que acabó por hundir el techo de los ingresos de las administraciones por la contracción económica y ensanchó el déficit. España por ejemplo tenía superávit antes de la crisis, así que no fue una mala salud fiscal la que generó la crisis.
Pero además las medidas que cabría pedir que la Unión exigiera a los países en dificultades deberían ir en la idea de potenciar la transparencia y una presión fiscal más justa para reducir el déficit. La mayoría social, las clases medias y trabajadoras consumen más que el resto, por tanto cambiar la presión fiscal de la mayoría social a los ingresos más altos, comportaría que los mismos ingresos tributarios consiguieran más estímulos o que con el mismo estímulo consiguieran recaudar más.
Es inconcebible, inaceptable y errónea y peligrosa la posición reflejada por una persona de la importancia del Ministro de Finanzas alemán Wolfgang Shäuble “que se opone a una “colectivización de la deuda” y anuncia que no habrá un apoyo ilimitado y plantea que “los que necesiten nuestra solidaridad deben reducir sus déficits y reformar sus economías con medidas que pueden ser muy duras” Esta posición del dirigente democratacristiano alemán plantea, sin duda alguna, una nula voluntad de solidaridad europea. Al contrario, con un concepto claro de clase de derecha rancia, plantea que los ciudadanos de los países afectados han de “pagar” por los errores de sus bancos y sus dirigentes. Y además han de pagar en recortes del estado de bienestar, no con políticas fiscales más justas que seria lo lógico.
Con su política actual el gobierno conservador alemán hace un mal servicio a la causa de la Unión Europea, a la idea de Europa, y a la larga un mal servicio a su propio país. Cabe esperar que el actual gobierno alemán dure lo menos posible, por el bien de todos en Europa. Las fuerzas de la oposición alemana, desde los socialdemócratas a los verdes, plantean por el contrario que debe potenciarse una política de mayor Europa, de mayor integración. En lugar de poner por delante como hace el gobierno Merkel los intereses a corto plazo egoístas y cicateros, una visión miope y egocéntrica, en lugar de tener una perspectiva a largo plazo de las repercusiones de la política económica que ahora se efectuen.
En estos momentos no hay duda que el actual gobierno conservador alemán, está haciendo de Alemania, de nuevo, un problema muy grave, para Europa y para la propia Alemania, su futuro y su modelo social.
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